Petalos ensangrentados

15/07/2025
Mariona Maroto

Al llegar, vimos a dos agentes de policía en la puerta de un outlet de ropa; intentaban tranquilizar a una joven aparentemente muy afectada.
Cuando entramos en la tienda allí estaba el cuerpo de la víctima, tirado en el suelo con unas tijeras de gran[...]

14 de febrero. El comisario salió de su despacho: «Martínez, ha entrado un aviso de homicidio, busque al inspector Ronco y acompáñelo». El inspector estaba fumando en la puerta de la comisaría como siempre.

—Inspector, hay un aviso de homicidio y el comisario quiere que nos encarguemos.

—¿Sabemos de qué se trata?

—No, señor, solo que ha sido en el centro. Esta es la dirección.

Al llegar, vimos a dos agentes de policía en la puerta de un outlet de ropa; intentaban tranquilizar a una joven aparentemente muy afectada. 

—Inspector Ronco —dijo enseñando su placa; señalándome con el dedo continuó—. Mi compañero Martínez.

Cuando entramos en la tienda allí estaba el cuerpo de la víctima, tirado en el suelo con unas tijeras de gran tamaño clavadas en el estómago; rodeado de pétalos y corazones manchados de sangre.

—Martínez, ¿sabe si han avisado al forense?

—No señor, pero ahora llamo para confirmarlo.

—Mujer caucásica, de unos treinta años — dijo Ronco mientras se ponía los guantes de nitrilo, para evitar contaminar posibles pruebas. Se agachó a observarla detenidamente.

»Por la rigidez de su cuerpo, diría que lleva muerta cerca de doce horas.

Ciertamente, una de las manos de la víctima sujetaba las tijeras con tal fuerza que parecía estar clavándoselas más. 

—¿Quién es la joven de afuera? —El inspector se dirigió hacia la puerta—: Perdone, ¿conocía a la víctima?

—Sí… es… era Raquel, mi jefa —dijo la joven temblorosa evitando mirar hacia el interior. 

—Necesito que se tranquilice y me responda unas preguntas. ¿Cree que podrá? 

La joven asintió con la cabeza.

—¿Cuál es su nombre, para poder dirigirme a usted?

—Lara.

—Está bien, Lara, ¿puede contarme cómo ha encontrado el cuerpo?, ¿sobre qué hora?, ¿ha visto algo que le haya llamado la atención?

—Normalmente abro yo la tienda a las 9:00, pero hoy he llegado un poco antes. Me ha extrañado ver la puerta abierta y la persiana sin bajar.

—¿Antes? ¿A qué hora? —continuó preguntando el inspector mientras yo tomaba nota de todo.

—Sobre las 8:30. Como hoy es San Valentín, he venido antes para recoger un poco y ordenar lo que se pudiera haber quedado sin hacer anoche; por si a Raquel no le hubiese dado tiempo a terminar de decorar el escaparate. Cuando… cuando he entrado… la he visto ahí, en el suelo tirada, con las tijeras clavadas, sangre… — no pudo seguir hablando.

—Entonces ¿quiere decir que Raquel, su jefa, se quedó sola en la tienda anoche?

—Sí, quería colgar unos globos de corazones, flechas y lazos por ser San Valentín.

En ese momento, irrumpió un hombre queriendo entrar en la tienda, aunque los agentes de policía se lo intentaban impedir. 

—Pero… ¿qué está sucediendo? —preguntó el inspector—, ¿quién es este hombre?

—Es Andrés, el dueño de la librería de al lado. Viene mucho por la tienda, a veces es un poco pesado —comentó Lara.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué están aquí? ¿Raquel está bien?

—¿Y usted quién es? 

—Soy…, soy amigo de Raquel. Tengo…, tengo una librería aquí, aquí mismo.

—A Raquel la han asesinado esta noche.

—¿Qué?, ¿cómo?, ¿asesinada? Yo… yo la dejé anoche cortando cuerdas y lazos para….

—¿Usted la vio anoche? —lo interrumpió el inspector—. ¿A qué hora?

—Bueno… no sé… sería cerca de las 10:00. Cuando cerré vi luz, como me extrañó me acerqué por si pasaba algo.

—Y ¿qué tenía que pasar?

—¡¡¡Inspector!!! —dijo uno de los agentes—. Aquí en el mostrador hay un libro, parece estar manchado de sangre.

—Ustedes no se muevan de aquí —le dijo el inspector a Lara y Andrés, el librero.

El inspector no se había quitado aún los guantes, cogió el libro para examinarlo; al abrirlo vio una dedicatoria: «Para Raquel, a quien admiro y tengo una gran estima. Andrés, 14/02/2025». En ese momento sonó un móvil; era el de Andrés.

—Sí…, dígame… Hola, hijo —dijo intentando disimular su estado.

»No, no pasa nada, tranquilo… Dile a mamá que no sé si comeré en casa… Nos vemos a la noche, era mi hijo —comentó dirigiéndose al inspector—.

—¿Cuándo le ha regalado a Raquel el libro? —preguntó el inspector a Andrés—. Está fechado hoy día de San Valentín y… día de los enamorados.

—Se…, se lo traje anoche. Pensé que como estaba en la tienda, podía ser un buen momento para dárselo —explicó algo nervioso Andrés.

—Ya. Pero… ¿Usted está casado? ¿Verdad? Acabamos de oír como le decía a su hijo que le dijese a su madre, supuestamente su mujer, que no iría a comer. ¿Me equivoco?

—No, no, señor. Pero se lo juro, cuando me fui la dejé bien. Estaba subida en la escalera cortando y colocando cintas en el techo.

—Como comprenderá, con lo que sabemos, tenemos razones suficientes para considerarlo sospechoso. 

—¡Pero si yo no he hecho nada! Han hablado con Lara, siempre estaban discutiendo, creo que Raquel la quería despedir —dijo el librero.

Estaban esperando al forense, quien debería haber llegado ya. 

—¿Dónde narices se ha metido el forense? ¡Martínez!, ¿sabe algo del forense?

— Está de camino, señor. —Conociendo a Ronco, acababa de llamar para informarme; según me dijeron debía estar a punto de llegar. En ese momento llegó un coche; bajó una mujer y se dirigió al inspector.

—¿Es usted el inspector Ronco? María Sierra, la forense. 

—Ya era hora. Pase.

—Espero que no haya toqueteado mucho el cuerpo —dijo la forense mirando de reojo al inspector.

—No, señora, no lo ha toqueteado. Soy Martínez, el ayudante del inspector. 

La forense se puso sus guantes de nitrilo, mascarilla y cubrezapatos. Examinó el cuerpo, se acercó a la mano que sujetaba la tijera, cogió unas pinzas de su maletín y tiró de algo que asomaba. Lo metió en una bolsa para dárselo al inspector.

—Tenga, creo que le puede interesar. 

El inspector Ronco miró la bolsa que le había dado la forense. Dentro había unos filamentos de color verde manzana mezclados con una pelusa blanquecina. Estaba claro que eran de algún tejido de lana o con algún componente similar. Comenzó a mirar a su alrededor; todo cuanto se veía por allí era de color rojo y rosa. Se dirigió al mostrador, le llamó la atención una lata redonda con flores estampadas al lado del libro.

—Martínez, ¿qué hace ahí esa caja? No me suena haberla visto antes.

—No, ahí no estaba. No sé quién la habrá puesto aquí.

En ese momento el inspector miró a Lara; se dio cuenta de que estaba más nerviosa de lo normal a pesar de haberse tomado ya dos tilas. Ya no lloraba, pero no dejaba de mirar fijamente la caja metálica.

—Perdón. ¿Puedo irme ya? —preguntó la dependienta.

—¿Ha puesto usted aquí esta caja? —le preguntó el inspector algo furioso.

—Sí…, bueno… Vi la caja de costura en el suelo y pensé que…

—Usted no tiene que pensar, ¡¡¡me oye!!! ¿Dónde estaba exactamente esa caja? ¿Estaba abierta, cerrada?, ¿se había caído algo? Haga el favor de recordar, cuénteme todo lo que ha hecho desde el momento que la cogió y; de paso ábrala usted, ya la ha tocado antes y estarán sus huellas bien marcadas.

El inspector Ronco estaba realmente cabreado. ¿Por qué se le habría ocurrido tocar esa caja?

—La caja estaba detrás de la escalera, abierta, con las cintas, agujas y carretes de hilo por el suelo. Solo he recogido todo, lo he metido dentro y la he dejado aquí encima —dijo Lara mientras la abría.

Una vez abierta, el inspector miró el interior para comprobar si allí había algún tipo de lana o similar, de color verde.

—¿Podría indicarme cómo iba vestida ayer? —le dijo en un tono un poco amenazante.

—Pues… déjeme pensar.

—¡Que me lo diga ya!

—Unos tejanos, con una camisa blanca y un jersey de color azul cielo —dijo Lara rápidamente.

—Abrigo. ¿Tiene más abrigos?

—Sí, ayer llevaba un anorak rojo.

—¡Papá!, ¿qué está pasando?, ¿por qué está aquí la policía? ¿Te han hecho algo? ¿Estás bien?

—Sí, sí, estoy bien. Ha ocurrido algo terrible. ¡Raquel ha aparecido muerta!

—¡Oh, papá! Lo siento mucho. Sé que os llevabais muy bien. ¿Qué le ha pasado?

—Eh, tú, ¿quién eres?

—Soy Marcos, el hijo del librero. Pasaba por aquí de camino al instituto; al ver a mi padre me he acercado por si le pasaba algo. Qué desgracia acabar así por una tonta caída de la escalera, ¿no?

—Sí es una desgracia, sí. ¿Vienes mucho a ver a tu padre a la librería?

—No, no mucho. No coincidimos en los horarios. Por las mañanas trabajo en un taller y por las tardes voy al instituto de aquí arriba.

—Y cuando sales ¿ya está cerrada la librería?

—Normalmente sí, porque cuando salimos nos quedamos hablando en las escaleras del «insti».

—Y fumando ¿no? Tienes un par de agujeros en ese jersey y huele que apesta.

—Perdón, con las prisas me he puesto el mismo de ayer. Vaya, ¿huele mucho? Mi madre se va a disgustar si se da cuenta y no quiero que se enfade ni se altere. Bastante sufre ya… Bueno, yo me voy al instituto…

—¡¡¡Agentes!!!, detengan al muchacho. Y usted, Andrés, acompáñenos a comisaría.

—Pero, pero ¡¿qué hacen?! ¿A dónde se llevan a mi hijo?, y… ¿por qué?

—Su hijo es el responsable de la muerte de Raquel.

Una vez más el inspector Ronco resolvió el caso de forma sorprendente.

—Inspector, ¿cómo lo ha sabido?

—Por la posición del cuerpo lo tuve claro: se cayó de la escalera cuando estaba con las tijeras en la mano, con tan mala suerte que se las clavó ella misma en el estómago. Cuando llegó el hijo del librero, preguntó si ya se sabía cómo fue el accidente; no dudo que lo fuese, pero cometió el error de no avisar a nadie. También comentó que se había caído de la escalera antes de que nadie le dijese cómo había muerto.

—Pero ¿por qué se cayó? ¿Qué le hizo perder el equilibrio?

Está claro, el chico sabía que su padre estaba enamorado de ella; todas las noches pasa por la puerta de la boutique y no debe ser la primera vez que los ve juntos. Ayer se quedaría mirando qué hacía su padre; debió ver cómo le regalaba un libro a Raquel, cómo tonteaba con ella mientras su madre estaba sola en casa esperándolo para cenar. Cuando su padre salió de la tienda, esperó a que se alejara lo suficiente para poder entrar, aprovechando que la puerta estaba abierta. La sorprendió y se dirigió al mostrador para ver qué libro le había regalado su padre y leyó la dedicatoria. Raquel, todavía subida a la escalera, no tuvo tiempo de reacción; intentó quitárselo, forcejearon y al caer tuvo la mala suerte de acabar con las tijeras clavadas.

—¿Y la sangre del libro?

—En el forcejeo el libro debió caer sobre ella, por eso se manchó. El pobre ingenuo lo cogió, lo dejó sobre el mostrador sin darse cuenta de que estaba manchado de sangre. Debe estar lleno de sus huellas. Se debió asustar y salió corriendo.

—¿Y qué pasa con las fibras verdes?

—Eso ha sido lo más fácil. Anoche, con el frío, debió ponerse una bufanda verde; le dejó pelusa y fibras en ese jersey guarro que llevaba. Cuando Raquel cayó se intentaría agarrar a él, pero solo consiguió agarrar la bufanda antes de clavarse las tijeras, de ahí que la forense encontrase esos filamentos en su mano.

—Una estúpida muerte más resuelta, inspector.

—Estoy harto de esta mierda. Vamos a comisaría. Cuando acabemos nos vamos a tomar un par de copas.

—Cuente con ello.

Encendió otro cigarrillo y nos dirigimos al coche.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Mariona Maroto, 2025. Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, total o parcial, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, grabación u otros, sin la autorización previa y por escrito del titular de los derechos. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual según los artículos 270 y siguientes del Código Penal.

Información adicional