Mi vida es mía

18/06/2025
Mariona Maroto

Jamás pensé cómo aquella noche de tormenta cambiaría mi vida para siempre.
No podía imaginar que cuando despertase al día siguiente, el destino me tenía preparada la peor de las noticias. Ya nada volvería a ser como antes [...]

Jamás pensé cómo aquella noche de tormenta cambiaría mi vida para siempre. No podía imaginar que cuando despertase al día siguiente, el destino me tenía preparada la peor de las noticias. Ya nada volvería a ser como antes.

Esa noche salí sola a cenar con unos buenos clientes, de esos a quienes debes hacerles la rosca y mantenerlos contentos para que no se vayan a la competencia. Teníamos en marcha el estudio de un buen proyecto para la ejecución de dos bloques residenciales. Ramón se quedó hasta tarde en el despacho preparando otros proyectos; como no dejan de ser menos importantes, decidió no venir a cenar con nosotros. Él es más casero, prefiere cenar cualquier cosa en casa y luego sentarse en el sofá a leer.

—Cariño, pásalo bien y no llegues muy tarde que nos conocemos. Recuerda: mañana nos vemos con María y Manuel —me dijo Ramón.

—Por supuesto. Y tú no te acuestes tarde, tienes que prepararme el desayuno, ¡¿eh?! —le contesté en un simpático tono irónico. No me gustaba sentirme controlada, él lo sabía.

Los llevé a cenar a un buen restaurante y luego a tomar unas copas a un local de moda para hablar más distendidamente de otros temas ajenos al trabajo. Lucas Carrasco, el responsable de Desarrollo Inmobiliario, estuvo encantado, hablamos de todo, reímos, bailamos… y bebimos más de lo debido. Como nos llevamos mejor que bien, lo pasamos genial. Eran cerca de las cinco de la madrugada cuando me metí en la cama.

Ramón me dejó dormir; sobre las once de la mañana vino a despertarme. Su cara me decía que algo pasaba; tenía los ojos vidriosos, una seriedad impropia de él, me miraba con un ligero temblor, pero no me decía nada.

—Ramón, ¿qué pasa? ¿Qué tienes? Por favor, dime algo.

—La policía acaba de llamarme por teléfono.

—¿La policía?

—María —dijo Ramón mientras sus ojos, cada vez más brillantes, ya no podían mantener las lágrimas que le caían por las mejillas.

—¿María qué? Por favor, Ramón, habla de una vez, dime qué le pasa a María.

—María anoche… se puso de parto.

—¿De parto? Si todavía le faltan dos meses.

—Cuando iban al hospital estaba lloviendo mucho, los semáforos… los semáforos no funcionaban, iban en un taxi cuando de repente un camión los embistió y…

—¿Dónde están? Dime dónde, María me necesita, solo me tiene a mí. —Di un salto de la cama y Ramon me abrazó.

—Marta, ha sido muy grave. Yo te llevo al hospital, pero prepárate para lo peor.

Ramon no me quiso decir todo cuanto sabía. Antes de que la policía nos llamase, oyó la noticia por la radio; según escuchó, una familia había perdido la vida en un trágico accidente de tráfico cuando se dirigía al hospital en plena tormenta; la mujer estaba a punto de dar a luz; aunque no pudieron salvar su vida, sí habían logrado salvar al bebé.

Cuando llegamos al hospital yo solo quería saber dónde estaba María. Ella era como una hermana para mí, nos conocíamos desde pequeñas y solo nos teníamos la una a la otra, no teníamos familia.

Nos pidieron esperar; enseguida avisaban al médico y a la enfermera que habían asistido a María. No tardaron en llegar; nos llevaron a una salita para explicarnos lo sucedido y por qué nos habían llamado.

—Ayer recibimos un aviso de un accidente de tráfico en la ciudad, y los servicios de emergencia trasladaron a los heridos y a las víctimas mortales al centro hospitalario. Solo llegó con vida la mujer embarazada —dijo el médico.

—Pudimos practicarle una cesárea y salvar a la bebé —continuó la enfermera—. Antes de morir me rogó localizara a Marta Robles y Ramón Martínez porque…

Porque su última voluntad era que fuéramos nosotros los padres de la bebé. Creí desmayarme, no era capaz de asimilar lo que estaba escuchando, a pesar de haber entendido perfectamente qué me habían dicho. Yo no quería ser madre, yo no quería perder mi libertad…

—Perdón —dijo Ramón con la voz entrecortada—. ¿Y… Manuel y Lolo?, ¿el pequeño Lolo?

—Lo sentimos, pero no pudimos hacer nada por salvarles la vida. La única superviviente es la bebé, se ha quedado completamente sola.

En ese momento entraron en el despacho el agente de policía que levantó el atestado más un técnico de protección de menores, para evaluar la situación atípica: una madre fallecida había indicado verbalmente, antes de morir, su última voluntad para decidir quiénes serían los padres adoptivos del bebé.

Ramón siempre quiso ser padre, pero no había podido serlo porque siempre le oculté que tomaba anticonceptivos; le encantaban los niños. Tenía claro que quería ejercer de padre de esa criatura; yo estaba convencida: él la querría como si fuese suya. Pero, ¿y yo? ¿qué pasaba conmigo? Todos daban por hecho que estaba de acuerdo en convertirme en madre, era como si no contase mi opinión porque, por el hecho de ser mujer, no tenía ningún derecho sobre mi vida, sobre cómo quería vivirla, me sentía condenada a vivir una vida que yo no había pedido.

Los oía hablar, pero no podía escucharlos; sus palabras en mi cabeza sonaban como si me la estuvieran golpeando con pequeños golpes cada vez más fuertes. Ya no podía más. Me levanté de la silla y grité:

—¡¡¡Yo no quiero ser madre!!! ¡¡¡Nunca he querido ser madre!!! —Y me fui…

Me fui para siempre y dejé a Ramón. Jamás podré entender por qué María, conociéndome tan bien, me quiso para ser la madre de su bebe. Comprendí que algunas personas te pueden querer mucho, pero en el fondo nunca saben cómo eres en realidad.

Me quedé sola, sí, pero fue mi decisión.

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