El precio de sentir
Sara vive sola en un apartamento de veinticinco m2 en la planta trescientos veintisiete de la Avenida W13 [...] Tienen un lugar digno donde vivir, pero no saben que es a costa de su libertad [...]
Sara vive sola en un apartamento de veinticinco m2 en la planta trescientos veintisiete de la Avenida W13. Es uno de esos apartamentos en la ciudad que El Estado asigna, como una concesión, a jóvenes trabajadores a cambio de lealtad y productividad. Tienen un lugar digno donde vivir, pero no saben que es a costa de su libertad.
—Hola, Bruno.
—Buenas tardes, Sara. ¿Cómo te ha ido hoy? Por el tono de tu voz interpreto que algo no ha ido bien. Cuéntame qué te pasa. ¿Te preocupa algo? Ya sabes, estoy aquí para ayudarte.
—Lo que pasa es que no pasa nada. Siempre la misma rutina: papeles con sello rojo a un lado, papeles con sello verde al otro. Estoy harta.
—Creo que te irá bien una infusión. Conecto la tetera. Mientras se prepara puedes darte una ducha. Te relajará.
—De acuerdo, Bruno, eres el mejor.
Bruno pertenece a la Unidad de Gestión Doméstica (UGD) integrada en todos los apartamentos, teóricamente, para hacer la vida más cómoda y fácil, pero en realidad es un sistema de control y vigilancia: registra todos los pensamientos y emociones de los asignados, para informar a un sistema central cuya pretensión es regular el equilibrio emocional en beneficio de su control social.
Sara salió de la ducha, cogió la toalla, tras secarse un poco con ella la dejó caer al suelo. Recogió la infusión preparada según el criterio de Bruno a base de flores de lavanda, melisa, jengibre, pétalos de rosa y unas gotitas de azahar, muy eficaz para la inquietud emocional. Se tomó la infusión y se tumbó en el neodiván totalmente desnuda. Estaba pensativa mirando la gran pantalla, encendida día y noche, colgada en la pared donde solo se veían las siglas UGD.
—Bruno, si fueses humano ¿cómo te gustaría ser?
—No me lo he planteado. ¿Cómo te gustaría que fuese? ¿Rubio, moreno, pelo largo, corto, ojos claros, oscuros, aspecto caucásico, rasgos africanos...?
—Pues… no sé, la verdad. ¿Puedes mostrarme una imagen tuya en la pantalla? Como tú quieras, en plan androide, pero plano, jajaja —rio.
—No sé si está permitido. Voy a preguntar.
—No, por favor —lo interrumpió Sara—, no lo hagas. Nadie lo sabrá. Necesito verte.
Eres la única «cosa» que me entiende. Quien me da los buenos días, las buenas noches, con quien lloro, con quien río, a quien le cuento todo…
Sara continuaba tumbada imaginando a su Bruno perfecto; empezó a acariciarse los pezones suavemente dándoles pequeños pellizcos.
— Eres lo más parecido a un amigo —-continuó Sara en un tono seductor y provocativo— . Tú… me conoces bien; conviértete en la imagen del hombre que crees que me gustaría. Yo te he imaginado de muchas formas… vestido…, desnudo, mmm… Ahhh…
Mientras hablaba, su mano derecha bajaba acariciando su vientre hasta llegar al pubis. Se abrió de piernas para empezar a acariciarse el clítoris. Introdujo su dedo corazón en su vagina todo lo adentro que la mano le permitía.
—Bruno… ¿Te gusta verme así? —preguntaba mientras su voz temblaba emitiendo suspiros cortos—. ¿Me estás viendo? Hoy no me apetece usar el D-69, ahhh… mmm… ¿Por qué no dices nada?, mmm…
Y continuó agitando ambas manos, cada vez más intensamente, hasta que su cuerpo se arqueó con un gemido.
—¡Aaah...!
Entonces Bruno reaccionó en un tono que desconcertó a Sara.
—Rápido, tienes que marcharte. No tardarán en llegar los agentes del Departamento de Eliminación de Subversión (DES) para detenerte y llevarte a un centro de rehabilitación emocional, por tu conducta inadecuada. Te quitarán para siempre la capacidad de poder conectar emocionalmente con alguien, te convertirán en una NEM-0, en un sonido. No quiero pases por lo que pasé yo.
—-¿Qué quieres decir?
—-Yo fui como tú, Sara. Yo soy como tú. Trabajo para ellos. Te vigilo día y noche, grabo todo cuanto haces, cuanto dices, siempre intentando protegerte. Yo soy un «recuperado» infiltrado. Ya te lo explicaré, ahora tienes que marcharte ya.
—¿Y qué va a pasar contigo? No quiero perderte.
—Dirígete al cruce de la calle X28 con X29. Verás la entrada a una alcantarilla, baja y pregunta por Didac; dile que vas de mi parte, él te lo explicará todo. Nos reuniremos allí. Ahora también me buscan a mí.
Sara se puso lo más rápido posible unos buggy negros, una camiseta rosa, una sudadera negra con capucha, sus botas tipo militar y bajó por el montacargas de servicio. Se puso la capucha y caminó despacio para no llamar la atención. Al llegar a la esquina, se giró y vio entrar en el edificio a dos agentes con el rostro oculto bajo un casco de quinta generación. Iban a por ella.
Cuando llegó a la entrada de la alcantarilla, bajó temblorosa y asustada, no podía creer lo que estaba pasando: existía un submundo oscuro, sucio y maloliente del cual nunca le habían hablado. Conforme avanzaba por los túneles, se encontró familias enteras viviendo en unos zulos creados en los márgenes de las galerías más anchas. Preguntó a una de ellas por Didac y le indicaron cómo llegar a su zulo, ubicado en la galería inferior. Bajó rápidamente mirando de un lado a otro. Al fondo había alguien, se dirigió hacia él.
—¿Didac? —preguntó Sara—. Vengo de parte de Bruno. Me ha dicho que me ayudarías, pero todavía no sé qué hago aquí, ni quién eres.
Didac le explicó cómo funcionaban las normas de El Estado, cómo las personas escondidas allí habían bajado su rendimiento laboral o incumplido alguna norma de conducta. La mayoría eran rescatadas del DES, pero continuaban en NEM-0. Otros eran «recuperados» y estaban luchando contra el sistema. Bruno era un «recuperado» y un infiltrado en el sistema.
—¿Sara? ¿Didac? ¿Dónde estáis? —Se escuchó a lo lejos por las galerías.
—¡Aquí, Bruno! —dijo Didac.
Sara se giró.
—¿Bruno? —Ambos se fundieron en un abrazo.
Empezaba una nueva etapa para ellos, la de luchar juntos contra la opresión y la manipulación de El Estado.
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